Un gran chorro de agua manaba del suelo cerca de la plaza. “Se habrán encontrao con las tuberías llenas de fango y las están limpiando”, dice un hombre apoyado en uno de sus bancos. Frente a él, en el kiosko, colocamos la foto de Antonio Infante Varo sujetando su obra sobre el reciclaje. Hablamos con los comerciantes del resto de la plaza, artesanos, carniceros, cuberos y panaderas. A los primeros les va bastante mal. Chantal, dueña de una tienda de objetos y ropas artesanales, nos cuenta historias de muchos de los productos que tiene a la venta. “Espero cerrar unas semanas y volver en Navidades; a ver cómo se da”.   

Al final de la mañana el agua deja de correr por las calles. Junto a este río casual, ya agotado, nos sentamos un momento. Imaginamos las conversaciones que se podrán generar con el resto de clientes, una vez vean las obras. Se preguntarán quién es quién, quizás dirán “¡Pero si es Manoli de Casa Navea, ¿qué hace esa ahiii?!”, se lo preguntarán sonriendo o extrañadas. Quizás también hablarán de fragilidad. Fragilidad ecológica y fragilidad emocional. Todas esas palabras nosotros no las escucharemos. Ellas serán el arte final.