Lucía Álvarez llegó a Finca Catalina como invitada para participar en la práctica de Lucía Loren un día antes de que empezásemos, ya de noche. Llegó con un pescado enorme, plantas en el coche y grelos, desde Orense. Pensaba parar en Sevilla para darle todo a su madre, pero no pudo. Se perdió entre rotondas y mostró su salvoconducto a los guardias civiles. “Si queréis me deshago del cadáver”, dijo refiriéndose al pescado cuando ya se relajó tras el largo camino. 

Poco antes había llegado desde Jerez el segundo y último invitado. En la cocina salieron en defensa del pescado, tanto él como los anfitriones, Andrew y Aude. 

En turnos, por tramos, Lucía Loren facilitó parte de su conocimiento como tejedora de plantas, revitalizadora de fibras, ligadora y dibujanta del paisaje. El objetivo era apoyar la regeneración de la tierra, hacer posible la siembra. De nuevo, cerrar el círculo y proponer autonomía en la co-dependencia.

Habitantes de la finca (hermosos y hermosas por los cuatro costaos), voluntarios y artistas locales, unieron sus manos para generar un ojo peludo con restos de poda donde puedan situarse plantas trepadoras y generar sombra y seis bancales circulares a su alrededor. En ellos, un gallinero móvil aportará fósforo con el abono de las prehistóricas animalas, mientras que un anillo exterior de plantas sembradas muy juntas entre sí, fijaría el nitrógeno al suelo, siguiendo las leyes de la sintropía. 

No sabemos si las plantas llegaron a manos de la madre de Lucía Álvarez en Sevilla, o si volvió a las de su tío ya en Orense. Al pescado nos lo comimos entero. La paellera en la que se hizo cocinó era grande y también circular. Rozando lo hippie, pero también mirando la realidad con voluntad (y al pescao envuelto en arroz y a todo lo que nos pasaba), entre otras cosas pensamos: “somos un círculo, dentro de un círculo, dentro de un círculo…